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"Trump entiende mejor el resentimiento contra la élite porque lo ha vivido en persona"

"Trump entiende mejor el resentimiento contra la élite porque lo ha vivido en persona"

Esteban Hernández es corresponsal político de El Confidencial y uno de sus analistas más leídos e influyentes. La semana que viene aparecerá su último libro, El nuevo espíritu del mundo. Política y geopolítica en la era Trump (Deusto). En él recupera muchos de los temas que aborda en sus columnas y que ya tocó en libros anteriores: el declive de las clases medias, la crisis del orden liberal y la globalización, el surgimiento de nuevas mutaciones ideológicas que trastocan el panorama político, las interacciones entre la economía y la geopolítica. Pero en este caso, como anuncia su subtítulo, lo aborda desde la perspectiva del segundo mandato de Donald Trump. Y con la convicción de que el cambio ya no es solo algo difuso en el horizonte, sino la nueva normalidad.

PREGUNTA. En este libro hablas sobre el empobrecimiento de las clases medias en Occidente. Pero sostienes que este declive no ha generado un movimiento revolucionario, como sucedió en otros momentos de la historia. Sino más bien un deseo de preservación, de no seguir perdiendo, que en muchos sentidos es conservador.

RESPUESTA. Es uno de los aspectos que explican las transformaciones que estamos viviendo en política. Existe un descontento, a veces larvado, a veces muy explícito, que se refleja en las elecciones y los frecuentes cambios de Gobierno que estamos viendo. Pero no nos encontramos en un momento revolucionario, no queremos cambiarlo todo de golpe y llegar a una sociedad nueva. No estamos en un momento utópico. Es un momento en el que se quieren cambiar las cosas para mantener, si no el tipo de vida, al menos sí las promesas recibidas. Para mí, un hecho definitivo en España y en Europa es que cada vez más gente joven, de clase media-alta y alta, siente que las promesas que les hicieron, como que iban a tener un nivel de vida similar al de sus padres, ya no se cumplen. Han hecho lo que les dijeron, han estudiado lo que les dijeron, pero al llegar al final del camino se encuentran con que no han logrado ni la mitad de lo que esperaban. Si eso ocurre en las clases medias y altas, imagínate lo que pasa en las demás. El deseo de una sociedad más o menos estable, con oportunidades, con cierta seguridad vital, creo que está en el centro de muchas de las reivindicaciones que se hacen.

placeholder 'El nuevo espíritu del mundo', de Esteban Hernández. (Deusto)
'El nuevo espíritu del mundo', de Esteban Hernández. (Deusto)

P. Y dices que la derecha está interpretando mejor este malestar. En parte, porque comprende mejor la idea de “soberanía” que ahora parecemos añorar.

R. Son dos cosas diferentes. Por un lado, la izquierda, el progresismo, tienen que ver con el futuro, con un camino hacia un lugar nuevo, una mejora continua de tus posibilidades vitales y tus condiciones de vida. El progresismo siempre ha pensado el mundo como una línea ascendente. Cuando esa línea se parte, la idea de futuro desaparece del imaginario. Pero ahora mismo no hay una opción progresista que se asiente en el presente. Sigue pensando en la mejora del futuro. Y la derecha se ha vuelto contra eso, se centra en el presente.

Y, por otro lado, sí, cierta derecha ha establecido una especie de ligazón entre el destino del país y la mejora de las condiciones de vida de los nacionales. En las elecciones estadounidenses, los demócratas decían: las cosas van más o menos bien, pero si ganan los republicanos esto se va a convertir en una dictadura. Era una posición puramente defensiva. Los republicanos, mientras tanto, decían: los progresistas han fracasado y si hacemos que este país vuelva a ser grande, vosotros vais a vivir mejor. La posición de los republicanos era mejorar el presente, corregir los problemas. No deja de ser una promesa. Y las promesas se tienen que llevar a efecto. Ya veremos dónde termina todo esto. Pero entre las dos posiciones, creo que la sociedad está pensando mucho más en la segunda. Lo considera un camino de salida.

"El progresismo siempre ha pensado el mundo como una línea ascendente. Cuando esa línea se parte, la idea de futuro desaparece"

P. Dices que cuando la sociedad busca un camino de salida escoge figuras "de último recurso". A lo largo de la historia, a veces estas figuras han sido dictadores militares. Otras, tecnócratas apartidistas. ¿Por qué ahora alguien con el perfil de Trump?

R. Del mismo modo que los militares dejaron de ser figuras confiables como solución de emergencia, ahora los tecnócratas son vistos como parte del problema y no como un mecanismo de solución. Y la figura de Trump se opone radicalmente a la tecnocracia. No es extraño que en una época como esta sea un empresario el que genere confianza en una sociedad.

P. Pero aunque se disfraza de antiélite, también es élite. Heredó de un padre rico. Estudió en una universidad de élite. Es millonario. Muchos de quienes le rodean son otros millonarios que han tenido trabajos en Wall Street o Silicon Valley.

R. En el pasado hubo una separación entre la aristocracia y el mundo burgués financiero. Y en ese contexto de lucha entre ambos, la aristocracia solía apoyarse en el campesino. Ahora está ocurriendo algo similar. Y eso es importante tenerlo en cuenta, porque el momento estadounidense, el momento europeo, son un momento de enfrentamiento entre dos clases de élites. Ahí nosotros, como pueblo, estamos jugando un papel muy limitado. Trump pertenece a la élite despreciada. Él es un constructor, no un gran innovador de Silicon Valley como Bill Gates o Steve Jobs. No es un gran financiero de Wall Street, no es Warren Buffett. Es un tipo que construye edificios con mucho oro. Por eso Trump entiende mejor el resentimiento contra la élite, porque lo ha vivido personalmente. Es alguien capaz de oponerse, capaz de derribar cosas. Y transmite que ahora necesitamos nuevas figuras, con más energía, con más decisión, con menos reparos para llevar a cabo los planes que de verdad le hacen falta a Estados Unidos.

P. Trump reitera que entre esos planes está la reindustrialización del país. También en Europa se habla mucho de reindustrialización. Pero, ¿crees que es viable? ¿No es una forma de nostalgia apelar al pasado industrial?

R. El hecho de tener una vida económicamente estable, con un salario, que te permita comprar una casa, afrontar las necesidades vitales, que tus hijos tengan una buena formación y estén bien atendidos es una aspiración común. Y como nos hemos quedado sin futuro, tendemos a acordarnos del pasado. Por eso muchas veces lo traemos a escena. ¿Tú crees posible que otro sistema económico pudiera satisfacer las necesidades del común de los ciudadanos? Sin duda. Ahora bien, si fue posible llevar todas las fábricas a otros países, las pueden volver a traer.

placeholder Esteban Hernández. (Salomé Sagüillo)
Esteban Hernández. (Salomé Sagüillo)

P. ¿Tú crees? ¿Te parece viable fabricar el iPhone en Estados Unidos? En una encuesta reciente, muchos estadounidenses decían que deseaban que la industria regresara a su país, pero también que no estaban dispuestos a trabajar en una fábrica.

R. Las fábricas no se van de Estados Unidos ni de España por una necesidad de la producción. Se van por una necesidad de beneficio en un contexto de mucha integración, en el que cada vez hay menos empresas. Para los accionistas es mucho más rentable llevarse las fábricas. Bueno, para los accionistas y para el Partido Comunista chino.

P. Es cierto. Pero se han conseguido décadas sin inflación y de crecimiento del consumo gracias a los precios baratos de las importaciones.

R. Has podido tener una camisa o una televisión baratas, sí, pero todo lo esencial se ha ido encareciendo. Lo han hecho la energía, la educación, la vivienda. Estados Unidos ha asentado su hegemonía con la fabricación barata en China. Las empresas tenían una rentabilidad grande que iba a parar a los accionistas, pero todo el dinero invertido allí volvía a Estados Unidos en forma de capitales que se convertían en inversiones o en bonos. Sin embargo, las clases medias y las clases populares han perdido nivel de vida. Porque buena parte de esa inversión ha ido a parar al ladrillo, a elementos especulativos que han hecho que se encarecieran los bienes más importantes. Tengo camisas baratas, vale, pero no tengo un piso porque no puedo pagarlo. Esa ha sido la gran trampa.

Porque, por un lado, se ha deteriorado la calidad de vida de las clases medias occidentales. Y, por el otro, se han deteriorado las capacidades estratégicas de los estados. Y ese es el punto esencial. En muchos Estados, como Estados Unidos, no cuentan con el material que necesitan, empezando por las balas. Es dependiente energéticamente. No puede mantener la hegemonía porque no tiene en sus manos las herramientas necesarias. Eso se ha visto también en Europa. Putin invade Ucrania y desafía al continente. Pero Europa no puede abastecer a Ucrania del armamento que necesita porque no lo tiene. Si Estados Unidos le retira el apoyo, Europa puede darle dinero, pero no armas. Y la guerra no se hace solo con dinero.

De modo que la construcción global no solo perjudicó a las clases medias populares, sino también las capacidades estratégicas de los Estados, hasta el punto de que cuando alguien les desafía no pueden responder. Ese es el elemento al que está tratando de responder Trump. Europa lo está intentando, pero habrá que ver.

"Europa no puede abastecer a Ucrania del armamento que necesita porque no lo tiene"

P. Dices que el modelo europeo era sólido y beneficioso, pero ahora es un cuento lleno de “moralismo y fantasías”.

R. A partir de la Segunda Guerra Mundial, en Europa ha habido dos épocas, más la que estamos viviendo ahora. Primero, una de reconstrucción, crecimiento y afianzamiento del estado de bienestar, que dura hasta que Richard Nixon acaba con la paridad del dólar-oro porque cree que los europeos se están desviando de las necesidades de Estados Unidos. La segunda etapa llega con Reagan y Thatcher, y luego con la caída del Muro y la globalización. Eso nos coloca en una posición muy distinta. En el caso español, sentimos que vamos hacia el futuro, que vamos hacia Europa. Pero luego llega la crisis de 2008 y a partir de ahí las bases de Europa van decayendo, cae su potencia económica y su peso en el mundo. En esta tercera fase, nos encontramos con un deseo nostálgico de conservar los elementos de la segunda fase. Simplemente porque son moralmente mejores. Queremos seguir observando el Sur Global desde una especie de atalaya, como si nosotros fuéramos los civilizados y ellos no. Pero ahora un indio puede pensar que su Estado es más importante que el de Reino Unido. Que tiene más dinero y más poder. Europa aspira a que el mundo le apoye contra Rusia porque esta se ha saltado las reglas del derecho internacional. Pero luego llega el caso de Palestina y el resto del mundo ve que tiene un doble rasero moral. Europa desea conservar el orden anterior, el orden de la era global, porque le parece moralmente mejor. Pero la política no se hace con moralina, se hace con muchas otras cosas.

P. Tu libro es realista. No hace juicios morales sobre lo que está sucediendo. Pero tú procedes de la izquierda y mucho de lo que está pasando converge con los deseos de la izquierda durante los últimos treinta años: deshacer la globalización, sociedades más autosuficientes, más política industrial, menos liberalismo. ¿Ves con simpatía lo que está sucediendo?

R. A mi me gusta respetar al lector. Para mí es importante poner encima de la mesa elementos de análisis suficientes para entender mejor lo que está pasando. Luego, él decidirá cuál es su visión y qué le parece que está bien y qué está mal. Por lo que respecta a lo segundo, es que a mí me parece que esta época liberal ha sido muy antiliberal. El liberalismo económico existente es muy distinto del liberalismo de los libros. Es como el “socialismo realmente existente”, como se decía antes, que no se parecía mucho al socialismo prometido. El liberalismo vigente es un elemento de grandes estructuras de poder que condicionan la vida económica de la mayor parte de los operadores: los trabajadores, los consumidores, las pequeñas y las medianas empresas. Todo lo que tiene que ver con el mundo productivo se ve supeditado a lógicas y órdenes que tienen muy poco que ver con el liberalismo clásico. Ahora estamos en otro momento. Nos parezca bien o mal, hemos entrado en una época de ruptura de los lazos globales y de afianzamiento nacional. Nos guste o no, vamos a tener que jugar esa partida en los próximos años. Y hará falta sacrificar muchos aspectos del liberalismo económico realmente existente para generar estabilidad social.

El Confidencial

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